La tele argentina a veces se parece demasiado a esos jurados de “Bailando por un sueño” que no entienden que sus pasados logros no son puntos acumulables para su popularidad actual. Muchos productores creen que porque haber hecho exitazos les alcanza con repetir la receta para obtener el mismo resultado. Y como no les sale, acusan de ingratos a los públicos. No pueden entender que tanques imbatibles de otros años estén sometidos a oscilaciones caprichosas del rating y que, en el mejor de los casos, no superen su marca histórica. Pero ya lo decía Heráclito: nunca te sentás dos veces frente a la misma televisión.
La programación televisiva se fragmentó, y los públicos aprovechan bien las ofertas que hoy hace la televisión abierta y la del cable, y que mañana le propondrá la digital. En una pantalla cada vez más multiplicada, la televisión pública insiste en el modelo de la paleoTV de Umberto Eco. Ésa que busca infructuosamente dar cuenta de una realidad que discrepa demasiado con la que se ve en los medios comerciales, obstinados a su vez en una neoTV que supone que lo único que vale la pena es lo que pasa adentro de los estudios. Pero los hitos televisivos del año (Bicentenario, Mundial, reality de mineros, exequias del ex Presidente) mostraron que los televidentes prefieren la post televisión, que por lo menos los considera como interpretantes.
Los espectadores no son masas obnubiladas que deben educarse desde la pantalla, ni seres alienados que solo quieren entretenimiento fácil (ya quisieran gobiernos y anunciantes tenerlos homogeneizados y atados a las pantallas). Pero no, son personas que hacen la suya, que andan mirando pedazos de TV por youtube, sin respeto al horario ni a las costumbres. O picoteando sobras de programas que encuentran por ahí. Nadie le tiene demasiada paciencia a ninguna pantalla durante mucho tiempo. Ni siquiera los militantes de los programas que bajan línea pueden mantener su atención a la causa. ¿Quién podría esperar que el público renueve la fidelidad diaria que tenía con los mejores programas, ahora que ni son mejores ni renovados? La televisión también se ha vuelto gaseosa, en el mejor sentido de Bauman. Imposible encerrarla ya en una caja boba.
Columna de A. Amado publicada en el dossier “Paradoja del espectador encandilado”, en Revista Ñ, edición 26 de noviembre de 2010.