[Por Carlos March*] Para contextualizar los diez puntos que aparecen como desafíos de la sociedad civil en su relación con los medios y la política, parto de dos puntos que plantea el libro “La palabra empeñada”, un trabajo colectivo de periodistas y académicos que analiza la comunicación pública de los últimos años en la Argentina. El primero se refiere a que el libro, con igual sutileza que contundencia, recuerda que la información es un bien público, es un recurso que debe llegar en igual cantidad y calidad a toda la población. Y si los medios son bienes públicos, entonces los hombres y mujeres que trabajan allí deberían asumirse como servidores públicos de la población a la que informan y de la información que difunden. Cuando el periodista y el medio se sienten más importantes que la información, ese bien se convierte en mal. Así, los medios pasan de difundir –por lo general- malas noticias a convertirse en una de ellas.
El segundo apunta al rol que cada uno debe respetar en un sistema democrático. Si los roles se confunden, y los medios quieren gobernar y los gobiernos informar, la información deja de ser un recurso al servicio de la libertad y se convierte en rehén de la disputa. Si los gobiernos se dedican a construir titulares y no políticas públicas, dejan de gobernar y se dedican a manipular. Si los medios abandonan su rol de contrapoder, dejan de informar y se dedican a cogobernar.
Adriana Amado sintetiza estos dos puntos en el prefacio cuando sostiene que “la comunicación de la cosa pública debe ser asumida como un derecho humano fundamental”. Y los derechos se respetan cuando cada uno cumple con las obligaciones que ha asumido. En el prólogo (que no es una introducción al libro, sino una introducción a la realidad), el académico colombiano Omar Rincón, con profundidad conceptual y belleza narrativa, arrincona al presente y le da salida al futuro. Conceptos como “presidentes hipermediáticos que son más entretenedores que estadistas”, o “gobernantes de simulación y periodistas de suplantación” desnudan la tensión entre gobiernos y medios. Dice Rincón: “el asunto es que los presidentes quieren que los quieran… y hacer buen periodismo es para que no nos quieran”.
La cuestión que se plantea es la necesidad de leer la realidad no desde la lógica del poder, sino desde la lógica de la sociedad misma. Como plantea Amado, “de nada sirve discutir si hay o no libertad de prensa en Argentina si solo hablamos de la que les cabe a medios y gobernantes. Porque la cuestión es qué derecho a la comunicación le asiste a una sociedad que desconfía claramente de estos dos actores”. Frente a este panorama, las respuestas que puede ofrecer la sociedad civil podrían sintetizarse en diez puntos:
1) Medios y democracia: Parafraseando a Tomás Abraham cuando sostuvo que su rol como filósofo no pasa tanto por interpelar al poder sino a los ciudadanos, podemos sostener que los medios de las democracias modernas no solo deben interpelar a los dirigentes, deben sobre todo interpelar a la sociedad. Cuando los medios solo interpelan a los dirigentes, generan una democracia reactiva. En cambio, cuando también interpelan a los ciudadanos, ayudan a construir una democracia pro-activa en participación. Los medios tienen que ayudar a que el sistema de representación democrático recupere su esencia: los ciudadanos delegan representación, no poder. Por ello, hay que buscar un equilibrio de visibilidad pública entre las declaraciones de los funcionarios y las manifestaciones de los movimientos sociales.
2) Medios y libertad: Los medios encarnan la libertad de expresión, que es el derecho a decir. Los ciudadanos encarnan la expresión de la libertad, que es el derecho a saber. Si un país no respeta esta ecuación, ni tiene periodistas, ni tiene ciudadanos. Por ello es muy importante el monitoreo sobre la libertad de expresión, como el que lleva adelante Fopea.
3) Medios y violencia: Cuando se pierde la palabra, se recurre al tono. Por ello, el tono hiriente, el grito agresivo, no es la palabra enfatizada, sino la palabra impotente; no expresa valentía sino violencia. El riesgo de la comunicación basada en adjetivos es que cuando el adjetivo no da vida, mata. Los medios pueden activar o desactivar la violencia, y la diferencia entre una situación y la otra pasa por velar que la comunicación se base en el significado y en el sentido de las palabras, para que el tono quede disciplinado por la inteligencia.
4) Medios y agenda oculta: No se trata aquí de hablar de la agenda oculta de los medios (que es otro tema), sino de la perversidad de los discursos públicos que esconden agendas ocultas. El problema de las agendas ocultas no es que escondan palabras, el problema es que esconden sentidos: es la palabra pública utilizada como camuflaje del incentivo privado. Así como la agenda pública da vida a la institucionalidad, de la agenda oculta nace la parainstitucionalidad. Los medios, parecería, están preparados para interpelar a la institucionalidad, pero carecen de herramientas y estrategias para poner luz en la parainstitucionalidad.
5) Medios y política: Los medios de comunicación cumplen un rol vital en la construcción de una sociedad política al reflejar la pluralidad de opiniones. La política no es la palabra convertida en consenso, es la palabra transformada en síntesis de contradicciones. Por ello es fundamental que los medios de comunicación sean un amplificador de las contradicciones y un canal de construcción de síntesis. Si el medio se sesga políticamente o si la política sesga al medio, construimos visiones absolutistas de la política y versiones amañadas de la comunicación.
6) Medios y acceso a la información pública: El acceso a la información no es un insumo de los medios: es un derecho ciudadano. Negar el acceso a la información pública es negar el acceso a la democracia. Esperemos que el Congreso sancione de una buena vez la ley que protege este derecho. Y si a nuestros legisladores todavía les faltan argumentos, pueden encontrar algunos en este libro.
7) Los medios y la sociedad civil: Podemos afirmar que en materia de incidencia desde las organizaciones sociales, cuando más difuso es el poder, más concreto es el impacto. El poder real de una organización social puede ser fácilmente neutralizado porque siempre es insuficiente frente a la realidad que se pretende transformar. Por ello, las organizaciones sociales, cuando logran incidir, lo hacen desde el poder difuso que supieron construir, un poder que no es propio, que se articula en la sociedad y no puede ser medido ni neutralizado. Es necesario que los medios de comunicación tomen conciencia de que son los grandes constructores del poder difuso que necesita la sociedad civil. Organizaciones como Fopea, Poder Ciudadano, la Asociación por los Derechos Civiles y sus referentes, cuando se convierten en fuentes de información o de opinión, son las que sostienen en la agenda mediática temas como el uso de los medios públicos en campañas electorales o la distribución discrecional de la publicidad oficial. A la inversa un medio que debe negociar publicidad por contenido, se convierte en rehén del modelo que tiene que ayudar a transformar.
8 ) Los medios y el imaginario colectivo: Es importante que los contenidos de los medios de comunicación sean rigurosos y que la información se apegue a la verdad y a la realidad. Esto es relevante porque los medios, al mismo tiempo que construyen creencias individuales, aceleran y amplifican los imaginarios colectivos. Si esos imaginarios colectivos se basan en información equivocada, el daño social es enorme y permanente, porque deconstruir un imaginario colectivo erróneo es mucho más difícil que construir un imaginario colectivo veraz.
9) Los medios y los gobiernos: Los dirigentes políticos han dejado de ser populares para pasar a ser difundidos. La diferencia está en que mientras que lo popular ancla en el pueblo sin necesidad de medios, lo difundido depende de los medios sin necesidad de pueblo. Esto le asigna a los medios un rol desmedido, porque se convierten en administradores de dos cualidades que antes estaban separadas. Los medios eran creíbles y los gobiernos legítimos. En la actualidad, la credibilidad de los políticos y la legitimidad de gestión de los gobiernos están íntimamente relacionadas a la relación de intimidad que se establece entre medios y gobiernos, entre periodistas y gobernantes.
10) La comunicación y los medios públicos: para plantear este punto recurro a una reflexión de Adriana Amado: “lo opuesto de no estar informado no necesariamente es estar engañado. También puede ser estar confundido, o lo que es peor para la democracia, estar cínicamente desengañado”. Uno de los grandes indicadores de la falta de madurez de nuestra democracia, radica en la utilización que los diversos gobiernos le han dado y le dan a los medios públicos de comunicación. La cadena nacional utilizada a manera de conferencia de prensa unidireccional, los medios nacionales entendidos no como un servicio público sino como una política de gobierno, y los periodistas de los medios públicos, alejados de su rol de servidores públicos para convertirse en voceros gubernamentales, confirman que está “La palabra empeñada”, en el peor de sus sentidos.
Es necesario, al contrario, revalorizar la palabra extrayendo de su esencia la palabra franca, que es la cualidad desde donde se construye la reciprocidad en las relaciones, condición indispensable para recuperar lo que nos convierte en sociedad: la calidad de nuestros vínculos. Esa calidad, en la era de la información, en buena medida depende de la calidad de los medios. La palabra empeñada es un gran aporte a que los medios cada vez sean más medios, porque cuando los medios dejan de ser un medio, o se convierten en todo, o se convierten en nada.
*Carlos March es periodista y representante de la fundación AVINA. Este texto fue presentado en la mesa debate “La palabra en democracia”, que tuvo lugar el 19 de mayo de 2011, en la que participó March junto con Omar Rincón, Tomás Abraham, María O’Donnell, Norma Morandini y Adriana Amado. Fue editado para su publicación plazademayo.com.