Los argentinos no somos los únicos ocupados en discutir sobre medios y periodismo. Sin ir más lejos, acá no más, en Chile, a fines de junio nos reunimos más de trescientos investigadores de treinta países, en el I Congreso Internacional de Estudios de Periodismo. La profesión está cambiando mucho, y en todo el mundo hay gente dedicada a analizar las nuevas condiciones de trabajo, los roles profesionales, las rutinas periodísticas, los espacios de inserción laboral, las grietas cívicas donde se cuela la profesión para seguir resistiendo. Porque la crisis mundial llega a todos los trabajadores, pero más que otros “Los periodistas deben redefinirse constantemente”, como planteó Silvio Waisbord en su conferencia magistral (en la foto con Claudia Mellado).
Los trabajos seleccionados confirmaban esa variedad de problemas para todos los países, con una solidez teórica y empírica que no siempre se ve por estas latitudes (se recibieron ciento setenta trabajos, según informó Mellado, de la Universidad de Santiago, laboriosa organizadora e impulsora de traer al sur las discusiones que suelen darse por los nortes). Y sin duda es muy distinto analizar datos que discutir pareceres. Por caso, parecería que no podemos seguir hablando de “el periodismo” como si fuera uno y homogéneo. El proyecto Worlds of Journalism, que coordina el profesor Tomás Hanitzsch, comparó la cultura periodística de veintiún países con una misma metodología. Y constató que varía mucho el papel que se le asigna al periodista, tanto en cada lugar como de un medio a otro en un mismo país. Contrariamente a lo que pregonan ciertos profetas locales del apocalipsis mediático, parece que no es tan claro que los empresarios mediáticos sean la principal presión en las redacciones sino que las influencias económicas adoptan formas bien variadas. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Chile concluyeron que más del 80% de periodistas y editores de los medios chilenos reconocían haber tenido que “suavizar” una nota para no perder auspiciantes o afectar su relación con las fuentes. Las presiones políticas tampoco operan uniformemente: tienen más impacto en los países con democracias más débiles. Un indicador es la presencia dominante de las fuentes oficiales en las noticias o la agenda sesgada por mecanismos de autocensura, aún más eficientes que los viejos censores.
Lo que sí hay coincidencia en todos los países es que hay una brecha entre el condicionamiento percibido y la autonomía real del periodista. A esa conclusión también llegó el estudio de David Weaver, uno de los autores de la Agenda-Setting (la teoría de comunicación más comentada por aquí pero poco comprendida, a juzgar por cómo se cita). Acaba de publicar una actualización de su libro El periodista global a partir de datos de veintinueve mil periodistas de treinta y un países. Según el estudio, el periodista “promedio” es más joven que la media de la población, es hombre (son más en la profesión que las mujeres) y está muy conforme con su trabajo y con la libertad con que lo ejerce. Lo que vuelve a ponernos frente a la contradicción de que el periodista no percibe aquello que se denuncia desde afuera de la redacción. Más urgente se vuelve contar con diagnósticos más precisos.
Una curiosidad: parece que la única práctica en la que hay un acuerdo global unánime es en el valor de la confidencialidad de la fuente. Pero claro, el estudio de Weaver no incluía datos de Argentina. Nuestro país no está incluido en ninguno de los estudios globales porque hay pocas investigaciones sistemáticas de la situación del periodismo local. Las encuestas sobre la profesión son escasas y se hicieron tantas en la década de los noventa como en la primera del siglo, donde algunos dicen que hay más interés en el asunto. Con más de cien centros de enseñanza de periodismo en todo el país, apenas si un par de de organizaciones civiles y otro par de universidades privadas difundieron algún diagnóstico que incluyera todo el país. Por razones que merecen una discusión tan intensa como la que despierta el periodismo, la academia prefirió analizar noticias antes que indagar a los periodistas; el recorte del estudio de caso a la muestra sistemática; el ensayo teórico antes que el trabajo de campo. No sería más que una decisión epistemológica si no fuera porque las metodologías de estudio nos llevaron lejos de preguntas imprescindibles para analizar la profesión. Tales como cuántos trabajadores conforman el universo de los periodistas argentinos, quiénes son, cuánto ganan, dónde trabajan, cómo lo hacen, qué es lo que más afecta su labor de informar. Eso sí, seguimos pidiéndole calidad, excelencia, compromiso social sin preguntarles cómo van a hacer para lograrlo. Una pena que de Argentina no hubiera en el congreso de Chile más que una estudiante becaria y una periodista para conversar más de nuestros periodismos con los colegas del mundo.
Por lo menos pudimos hacerlo más cerca, en el Centro Cultural San Martín, donde se reunieron hace unos días Eduardo Anguita, María O’Donnell, Gabriel Levinas y Martín Becerra para discutir sobre medios y periodismos. Cada uno desde su aguda mirada, señaló como condiciones profesionales las dificultades en el acceso a la información, la arbitrariedad de las reglas de juego en el sistema de medios, los nuevos empresarios mediáticos y la precariedad del lugar del periodista. En esto último coincidieron Anguita, desde Radio Nacional, y O’Donnell, desde la emisora del grupo Prisa, en decir que no pocas veces, hablando de algún tema difícil, se les presentaba el pensamiento de que ese podría ser su último día frente a un micrófono. Los dos abren la mañana desde posiciones diferentes en el dial, y con independencia del tamaño de las espaldas de los administradores de sus emisoras, ambos compartían la misma sensación de fragilidad. Como al resto de los colegas del mundo, no los une la profesión, sino los cambios.
Columna publicada en http://hipercritico.com/content/view/4236/40/