Para hablar de la televisión hay que verla

Omar Rincón es un intelectual de los mejores de estos días. Pero es un intelectual a contrapelo. Contrariamente a los que hacen sus colegas prefiere definirse como un comentarista de actualidades más que un analista, un ensayista más que un investigador. Así reniega de títulos pomposos, de la apariencia reconcentrada y de la mirada amargada con que los intelectuales suelen analizar los medios de comunicación y la sociedad, y en esa reinvención trae un saludable aire fresco para pensar un campo que se ha puesto un poco denso en Latinoamérica. Inspirado en la telenovela explica la política; escuchando Calle 13 propone una explicación de la protesta social; intrigado por el éxito de El Chavo del 8 busca preguntas para describir nuestras sociedades. Eso sí, no lo busquen en las redes sociales, porque por ahora prefiere dedicar su tiempo y energía a observarnos más que a expresarse él mismo. Justo él que nos explica desde esta nueva “sociedad expresiva de masas” a la que pertenecemos. Conocí a Omar hace un par de años a raíz de una actividad académica que organizaba (es profesor en la prestigiosa Universidad de los Andes, en Bogotá) y luego comprobé su intenso compromiso con las problemáticas latinoamericanas desde su gestión en el Centro de Competencia en Comunicación de la Fundación Friedrich Ebert. Después, las periódicas convocatorias a cursos y asesorías en Argentina me permitieron constatar su generosidad para compartir ideas y su predisposición a ayudarnos a entender mejor esto que pasa con los medios, especialmente la televisión, y la sociedad. Como se ve en la entrevista realizada en plazademayo.com, que se incluye más abajo.

Algunas de la ideas que desarrolló durante la charla tocan temas claves de la comunicación, que vale la pena pensar desde la óptica que propone Omar:

El problema es que nos casamos con un concepto de entretenimiento, y no hay una sola forma, sino que hay múltiples formas de entretenimiento, así como hay diferentes gustos.

Los que hablan de televisión en la academia, nunca ven televisión, entonces no saben de qué están hablando. Creo que es un irrespeto.

Aquí en Argentina todo es popular. Pero cuando hablan de lo popular, hablan de lo no comercial de los medios, o sea, lo popular es lo anti Tinelli, lo popular es lo anti comercial. ¡Y resulta que lo comercial está hecho de lo popular! Pero queremos pasar del otro lado, y queremos educar lo popular, el pueblo, a través de lo ilustrado porque, lo reivindicamos como concepto y le desdeñamos como realidad.

Mientras no podamos hacer televisión pública, educativa, cultural, pero buena, donde la gente desee estar en esa pantalla y desee vincularse e identificarse con esa pantalla, no tendremos televisión para transformar a nadie, porque hacemos televisión que ni siquiera nosotros vemos. Los intelectuales que hacen televisión y medios de comunicación ni los leen, ni los ven, ni los oyen|.

Cuando Bourdieu hace el libro “Sobre la televisión” dijo a raíz de una participación en un programa: “Yo controlé la televisión”. Cuando uno mira el libro, la experiencia es maravillosa porque, como él sabía que estaba en televisión, habló todo supercoherente, entendible para todo el mundo. Lo que es maravilloso porque resultó que la televisión lo dominó porque lo obligó a hablar simple. Al final del libro, con las dos transcripciones de las dos conferencias, anexa el ensayo académico que escribió sobre lo que él habló en televisión. Ese ensayo académico no lo entiende nadie.

Los intelectuales pensamos que todo es un asunto de contenidos y de valores, o sea, todo el tiempo miramos cualquier cosa y por eso la obsesión con analizar la prensa. Analizamos los contenidos, cuántas veces me nombró, cuántas veces nombró al otro. Entonces hay una sobreinterpretación de los contenidos. No se han dado cuenta de que el problema de la comunicación mediática no son los contenidos sino, sobre todo, es el cómo se cuenta el cuento.

La pregunta es qué rituales propone cada aparato con su mediación para ver cómo comunicamos dentro de ese ritual. Lo que al mundo contemporáneo le está pasando es que está urgido de ritualizaciones, para no llamarlo de religionalizaciones. Ir a un concierto tiene un ritual que lo gozamos maravillosamente.  El gran éxito de las iglesias evangélicas es que ritualizaron de nuevo la religión y eso es una maravilla. Y el grave problema de la universidad y de la educación, es que desritualizamos el acto educativo.

La ciudadanía está aburrida de ser solamente audiencia. Hemos vivido unas épocas de ser una sociedad de masas, de audiencias, donde todos nos considerábamos asistentes al espectáculo. Pero estamos aburridos de ser asistentes: nosotros también queremos salir en televisión, también queremos estar en una pantalla de Internet, también queremos estar en Twitter. ¡Queremos estar! Vamos a la sociedad expresiva de masas, donde todos nos expresamos, no importa que nadie nos vea o que nadie nos lea.

Yo creo que con la protesta estamos buscando es salir de esa mudez crónica que teníamos en América Latina y en el mundo: éramos mudos socialmente. Esto tenemos que pensarlo en el proyecto educativo porque resulta que hoy estamos educando a las comunidades populares para que hablen como hablamos nosotros. Les decimos que queremos que hagan radio, como nosotros hacemos radio; que hagan televisión como nosotros hacemos televisión; que hagan Internet, como nosotros hacemos Internet ¿por qué nos los dejamos a ver si ellos pueden buscar su estilo?

La idea general es que si entendemos a cada presidente de América Latina desde el ritual que más conocemos los latinoamericanos, que es la telenovela, pareciera que la política tiene más sentido que si la explicamos desde las teorías de la política seria, de la democracia seria, de lo argumentativo y retórico.