En Argentina, tenemos un modelo de TV comercial que ha sentado una forma de producción basada en el rating y que se suele suponer reñido con las producciones de calidad. En este esquema, la TV de excelencia debería ser erudita y educativa, modelo que demanda del televidente un capital cultural que no es el de la inmensa mayoría. Se conforma, así, una falsa dicotomía de que lo que entretiene a las grandes audiencias es de baja estofa y lo de calidad queda restringido a públicos selectos.
Sin embargo, parece que no es así: los programas que se engloban en la improbable categoría de “TV basura” nunca atraen a las mayorías. En el mejor de sus registros, estos programas no sobrepasan el cuarto de las audiencias medidas por el rating. Eso significa que la mayoría estaba, a la misma hora, eligiendo otra cosa. Que un escándalo concite audiencia en un momento dado no significa que así se guíen los contenidos. De hecho, ninguno de los productos vulgares persiste mucho más allá del ratito que dura la novedad.
En cambio, cuando ha aparecido en televisión un programa de entretenimiento de calidad, un informe periodístico serio o una novela de fuerte contenido social, la gente dio su aprobación indiscutible. Si se analizan los buenos resultados de estas propuestas podríamos, incluso, sostener que las audiencias están más adelantadas que los programadores.
El desafío es pensar productos que respondan a los usos prioritarios de la TV (información y entretenimiento) con buena calidad y accesibilidad para todos. Hoy, esa misma TV que es vehículo de mediocridad, también lo es de alternativas superadoras. El desafío es doble: para la industria, producir bien; pero, para las audiencias, aprender a elegir mejor.
Publicado en El1 digital (edición 17 de agosto de 2009). Informe especial “El debate actual alrededor de los contenidos televisivos”