El periodismo no es lo que era. Ni es lo que va a ser los próximos meses. Pocas profesiones padecen cambios tan sustanciales de un día para otro y a la vez aceptan incorporarlos de manera tan inmediata. Pocas profesiones han aceptado que el resto de la sociedad opine abiertamente sobre su trabajo y que muchos opinen de sus obligaciones sin preguntarse qué tan respetados son los derechos que asisten a los periodistas para poder cumplir con el deber de informar.
Gastón Roitberg (@grmadryn) y Daniel Dessein, periodistas con responsabilidad en dos medios gráficos centenarios pero con la mirada muy atenta a lo que viene, invitaron a especialistas y profesionales para ese ejercicio de autorreflexión sobre el periodismo que empezó hace unos años y que nunca alcanza. No alcanza a la sociedad porque reclama al periodismo más autocrítica de la que está dispuesta a hacer de su parte en el proceso de información. No alcanza a la profesión porque se siente en riesgo, juzgada por sus conciudadanos, hostigada por el poder, empujada a escenarios que la formación no alcanza a explicar que ya son otros.
Nuevos desafíos del periodismo (Buenos Aires, Ariel, 2014, 164 pp.) convocó a veinte periodistas, académicos, analistas para dar su mirada sobre la mutación de la profesión. Fernando Savater, Gumersindo Lafuente, Juan Varela, Javier Darío Restrepo son algunas referencias recurrentes de la biblioteca del periodismo iberoamericano que incluye el libro. No deja de ser un privilegio compartir el volumen con sus artículos y con los de colegas de mucha experiencia en la profesión. Comparto más abajo una síntesis del capítulo que me invitaron a sumar en la obra.
Periodismo, credibilidad y conversación
(extracto del capítulo 18, pp. 137-144, por Adriana Amado)
Los cambios que el siglo XXI trajo al periodismo son radicales: audiencias cada vez más esquivas; inversiones publicitarias en retracción que se disputan cada vez más medios; presupuestos reducidos para las redacciones; desconcierto ante la nueva economía de los negocios digitales. Los periodistas trabajan para medios de distintas plataformas, muchas veces como cuentapropistas excluidos de las redacciones, sin tener muy claro qué hacer frente al crecimiento de las redes sociales que redefinen lo que es producir información. Dentro de esas circunstancias no es menor el hecho de que se desdibujan los límites entre el periodismo y otras formas de comunicación pública. Sean las eficientes oficinas de prensa de los centros de poder o grupos disconformes que aprovechan recursos alternativos para difundir datos que el propio periodismo no puede producir o que el poder no quiere revelar.
Las redes de las tecnologías de la comunicación tejieron otros espacios informativos, con demandas ciudadanas y temas no considerados por la prensa tradicional. Y esos nuevos flujos distraen más la atención de los lectores que las propuestas de entretenimiento con que los medios creyeron que podían recuperar las audiencias perdidas. Cuando Manuel Castells decía que “la ausencia de noticias sobre acontecimientos conocidos o la descarada manipulación de la información socavan la capacidad de los medios para influir en el receptor” , daba la clave para entender la principal razón de la pérdida de credibilidad de los medios. Anticipó unos años la irrupción de manifestaciones sociales que en distintas geografías muestran colectivos con demandas que sorprenden a la elite informada porque vienen a plantear cuestiones omitidas en la agenda publicada. El diálogo horizontal que posibilitan las tecnologías termina con la exclusividad los periodistas como mediadores entre las fuentes de poder y la ciudadanía.
Un informe del Latinobarómetro muestra cómo desde 1996 los medios masivos fueron perdiendo lentamente su lugar como fuente de información política. La televisión sigue siendo la principal referencia, la radio más o menos mantiene el segundo lugar con la mitad de menciones, seguida por los medios gráficos, con un tercio. Menos de dos latinoamericanos cada diez mencionan Internet como fuente lo que habla de la brecha informacional de nuestras sociedades y relativiza la explicación de que las tecnologías sean la razón principal de la crisis de los medios. Lo que crece sustancialmente desde 2002 es la importancia de la familia y los conocidos como referencia informativa. Es esta necesidad de que la información venga de un conocido confiable lo que potenció las redes sociales, y no al revés, circunstancia que muestra que más allá de las transformaciones radicales, sigue intacta la necesidad del contrato de confianza que respalda la información. El consumidor fue el primero que entendió que en el negocio de los medios, la información ya no tiene valor porque dejó de ser un bien escaso y sobra en todos los formatos y canales. Por eso ya no demanda a los medios contenidos, sino que lo que falta y que por eso mismo es lo más valioso en el sistema es la confiabilidad.
(…)
Del espectáculo a la conversación
Que muchas de las audiencias hayan preferido entretenimiento a mala información, llevó a muchos al diagnóstico errado de que la gente solo quiere entretenerse. Una de las peores ideas de la industria fue frivolizar la información porque lo único que obtuvo fue menos interesados en las noticias. La impronta empresarial, que en un producto de consumo hubiera llevado a plantearse una mejora de la calidad, generó más y peor oferta, contradiciendo eso de que la competencia mejora. Sabemos qué pasa cuando se ofrece menos y peor periodismo, tanto como sabemos que las audiencias reaccionan activas a las noticias que les interesan: aportan, corrigen, señalan, comparar, participan.
En un mundo en donde la información sobra y hay muchos produciendo la propia, el periodista se parece más a un DJ, para usar la metáfora del profesor Omar Rincón, que “junta-conecta-narra” en lenguajes transmediales lo que circula frenéticamente por ahí. En este contexto el medio que sobresale no es el produce información, sino el que mejor es capaz de articular, organizar y dar sentido a las enormes cantidades circulantes. Así aparecen nuevas propuestas como la curadoría de contenidos o el periodismo de datos, que explota bases informativas que serían inaccesibles sin su análisis, como ocurre con los terabytes del Wikileaks. Pero el aspecto más renovador de esta colectivización de la información está en el control de calidad cruzado que pone a los lectores, fuentes y competencia a corregir, comentar y solicitar enmienda de las noticias, con una eficiencia y rapidez que nunca alcanzaron las instituciones éticas de los medios. La necesidad de verificación, contextualización y narración de esas historias no va a desaparecer. Más bien, al contrario, parece ser cada vez mayor. Por suerte, interpretar cuál es la información que la ciudadanía quiere es hoy mucho sencillo que antaño. Basta acompañar la conversación y aceptar ese intercambio que propone esta construcción más horizontal de la información.