El oficio del filósofo

“Discutir es pensar en el obstáculo” dice Tomás Abraham en La lechuza y el caracol, libro en el que describe la cultura política argentina de los últimos años. Últimamente parecería que obstaculizamos más que pensamos, y eso merece ser discutido. Lo que sigue es una síntesis de las principales ideas que conversamos en la entrevista, que empezó con la pregunta de qué aportaba el filósofo en todo esto.

Tomás Abraham: La palabra filósofo es una palabra totalmente ridícula, anacrónica, como sabio. La gente piensa que son lo mismo y es lógico porque en la historia los filósofos están puestos en el nivel de sabios. Pero la filosofía para mí es algo personal y privado: es un trabajo sobre la ignorancia.

Me agrada la tradición a la que pertenezco, que es griega, occidental y socrática. Los filósofos hicieron una tarea en la cual me inspiro. Todos tuvieron que ver con pensar su tiempo, pensar la actualidad, cuestionar el poder, permitirse opinar. Según las épocas, los paradigmas cambiaron. No es lo mismo Platón que Spinoza ni que Sartre, pero hay una continuidad que tiene que ver con preguntarse por la verdad en relación a aquellos que dicen tenerla, ya sea en nombre de la ciencia, del poder, de la religión. No existe la verdad como pajarito que vuela libre. Siempre está en una jaula y el filósofo es el que interpela la jaula, no es el que la abre.

Adriana Amado: ¿Cómo se ejerce hoy este pensamiento filosófico en un contexto donde si no te remitís a una autoridad no se puede hablar?

TA: Remitirse a la autoridad es una cosa, decir quién te paga es otra. Porque remitirse a la autoridad requiere cierto trabajo de pensamiento. Cuando decís quién te paga realmente no pensás más nada.

Para Abraham, esa idea posmoderna de que todo es relato, que se usaba hace veinte años, borra las jerarquías entre ciencias, mitos, religiones, ficciones, no ficciones. La idea de que todos hablamos en defensa de algún interés y que estamos en una batalla cultural o en un campo intelectual (dice citando “los conceptos de los sabiondos de la Biblioteca Nacional”), donde cada uno lucha en su posición por lograr una hegemonía, es un lenguaje vacío, “en donde uno toma un poquito de teorías literarias y semióticas vencidas, amortizadas, para justificar una posición de poder”.

TA: Vayamos al contenido de todo eso, de lo que se trata, no a formas, no a exaltaciones proféticas ni a relatos emancipadores, ni a que estamos viviendo grandes momentos. Las cosas pueden tener un nombre simple, una pregunta y una respuesta. Todo está maquillado por grandes palabras y grandes enunciados.

“La mala fe del espíritu de seriedad” (Jean Paul Sartre)

El libro cita algunos pensadores que bien pueden organizar las ideas que fueron surgiendo en la conversación. Que como empezó con la filosofía clásica y disputas discursivas no pudo evitar recordar a los sofistas, esos que se jactaban de convencer al auditorio, a la mañana de una cuestión, y a la tarde de otra.

TA: Los sofistas tuvieron mala prensa con Platón, hace 2500 años. Los sofistas fueron los relatores de la democracia porque el sofista fue el pedagogo democrático. El sofista creía que cualquiera puede opinar y construir argumentos, presentarse en la asamblea y exponer lo propio. Y eso le parecía muy mal a la aristocracia intelectual-filosófica de Platón y Aristóteles. Pero hoy, después de la revolución francesa, la inglesa y la rusa, a los sofistas los podemos entender mejor, porque tenemos, de alguna manera, un instinto democrático. Yo no sé si son sofismas o no son sofismas los que se usan. Prefiero otra palabra que está de moda también y va y viene: “Mienten“. O sea, no solo Clarín miente.

AA: Eso es un sofisma también porque cuando todos mienten, nadie diría la verdad…

TA: A eso hemos llegado. Por eso la estamos pasando tan bien.

“La religión tiene por finalidad que los hombres obedezcan” (Baruch Spinoza)

Evidentemente son tiempos donde el pasado se cuenta como crónica y el presente, como historia. Y eso Abraham ya le entreveía en un libro previo, donde contaba la sociedad argentina en El presente absoluto. En la charla explicó que empezó a pensarla cuando “Se cayó Alfonsín y la gente lo vivía como una catástrofe natural, como un diluvio”. Y ahí vio algo nuevo y vio su continuidad en el acto de la ESMA y “ese asunto de la juventud maravillosa”. Para él fue ahí donde se instaló “la gran mentira”. Aunque aclara que nunca pensó “que iban a embaucar a tantos y que durante tanto tiempo”.
AA: El libro extiende la crisis de identidad a todos los actores, en tanto plantea que la oposición hace lo mismo que critica en el gobierno. ¿Cuál es el aprendizaje que nos está dando esta época que, por la recurrencia en ciertos errores, parece que nos escapa?

TA: El kirchnerismo tiene un valor agregado de tipo teológico. Acá hay gente que cree y hay gente que miente. Y hay gente que cree y miente, las dos cosas a la vez. Con el menemismo no era así, era más superficial, había una prédica del placer. Acá hay una invocación al espíritu trágico, a la historia de las muertes, de los desaparecidos, de las torturas. Hay un acto de fe, una necesidad de recrear mitos que tienen que ver con martirios, con héroes. Se necesita constantemente el hereje, o sea, el enemigo interno, aunque cambie de nombre.

En su crítica a la religión Spinoza decía que no se trataba de Dios, ni de la búsqueda de la verdad, ni de creer en algo superior, sino que la religión tiene fundamentalmente una función de imponer la obediencia a la casta sacerdotal, por eso es Teología Política. Lo que importa es la casta sacerdotal, una zona sacra de intocables impunes, inmunes, militantes. Aquel que se atreva a tocar una zona sacra no está cometiendo solamente un delito, sino que está pasando por una senda peligrosa.

Por eso no hay más programas de humor, nadie se ríe en un sketch de la Presidenta, de De Vido, como se reían en otra época de los que eran mandamases políticos y dirigentes de nota. La risa es muy transgresora respecto del poder, y es una muestra muy fuerte de libertad.

Entonces, hay una casta sacerdotal junto con un relato mítico donde los valores son emancipatorios, liberacionistas, misioneros: “Nunca hemos vivido así en doscientos años de historia y esto es por la virtud de un héroe que es Él y Ella”, rodeados por una corte siempre presente porque hay que verla hablando de YPF, de la yerba mate. En el menemismo poca gente decía “Voy a morir por Menem”, pero “Morir por Cristina” es un slogan.

“No hay que creer en lo que uno piensa” (Federico Nietzsche)

Junto con la teología política convive el marketing evangélico que Abraham identifica en personajes como Mauricio Macri o Daniel Scioli (que justamente en su última campaña electoral nos pedía que “Creamos”).

TA: El evangelismo empresarial apela a una vida feliz, a la seguridad, el confort, es más relajado, no es agresivo, pero es anacrónico, no corresponde al estado pasional de los argentinos, que quieren rock, quieren “A dos voces”, pero a la vez. Quieren barullo y disfrutan de eso.

AA: Tanto en el libro del 2007 como en este hablás de la contra-opinión, ¿Cómo se ejercería en estos días?

TA: Lo que yo llamaba “contra-opinión”, ya existe, es decir, las redes sociales. Hoy la palabra es un cometa, va por cualquier lado. Yo nunca creí que la gente fuera manipulada. Creo que la gente es jodida, pero no manipulada. Nosotros no somos inocentes que nos engañan. Por supuesto que no tenemos toda la información, nadie la tiene, pero somos grandes. Y más ahora con la tecnología. Dependerá de cada uno cuánto esfuerzo hace por pensar. Si uno no piensa, se muere: pensar va junto con respirar, no hace falta tener espíritu de sospecha para no tragarte todo lo que te meten.

Todo el mundo adora la comunicación como a un tótem. “Estoy conectado”, dicen, pero la aspiradora también está conectada y no significa nada. Ahora si vos aprovechás la conexión para tener más material de selección, te dan la posibilidad de intervenir en el circuito para decir tu palabra, pero no te ahorra el laburo. Y el laburo es una vieja tecnología, las viejas tecnologías de la lectura, del silencio, del aislamiento, de la concentración y la espera, de la frustración. Esa vieja tecnología es la que ya no se enseña mucho.

Entrevista publicada en www.plazademayo.com el 10/05/12.

Entrevista completa: “Tomás Abraham presentó su libro”