El campo de la batalla mediática

2013-10-17 09.54.26Dicen por ahí que la batalla cultural dejó delatados a los medios en sus maniobras manipulatorias y a los periodistas en su servilismo a las corporaciones que los contratan. Lo interesante es que el supuesto derrotado ha replicado parte del relato aprovechando los beneficios que da ante esta sociedad presentarse como víctima. Sin embargo, las evidencias indican que corporaciones y medios gozan de buena salud ante la opinión pública. Según un estudio global de confianza de la consultora Edelman los medios son la tercera institución social más confiable luego de las onegés y las empresas. El mismo orden se mantiene en los 27 países relevados, en Latinoamérica y en Argentina, donde incluso muestran una recuperación con relación al año anterior. Pero mientras en el ranking global, gobierno ocupa el cuarto lugar en confianza un poco después de los medios (44% frente a 52%), en Argentina la brecha se agranda: 54% de confianza en los medios frente a 23% para el gobierno.

Este año La Cornisa encargó una encuesta a Management & Fit para preguntar a periodistas y al público en general sobre algunos tópicos de la profesión. Entre los que están algunos lugares comunes que se escuchan por ahí, como ese de que los medios tienen poder de hacer renunciar a un presidente. Lejos de ser unánimes, las opiniones están divididas. La mitad de las personas fuera de la profesión creen que lo tienen y la otra mitad, que no (46% que no, 47% que sí). Los periodistas son más escépticos de esa potestad: un tercio piensan que no la tienen, uno de cuatro que sí y otro tanto no sabe qué contestar. En cambio unos y otros coinciden en afirmar mayoritariamente que los medios sí pueden hacer que un candidato acceda a la presidencia. Pero ya se sabe que opinión e información pueden contradecirse sin la que primera considere que tiene que acomodarse. Por eso no importa que en los últimos cuarenta años de democracia haya más presidentes que ganaron contra lo que preveían los medios que presidentes que pueden sospecharse de impuestos por la prensa. Los presidentes Carlos Menem en el 1989 y Néstor Kirchner en 2003 eran dos extraños desconocidos del país profundo de los que ningún columnista hacía grandes elogios. A la inversa, candidatos que gozaron de protagonismo de las noticias no pasaron a la historia.

Luis Gasulla revisó los diarios de fines del siglo pasado para su tesis de la Universidad de Buenos Aires, y publicó en varios datos que contradicen ciertas creencias muy repetidas (Relaciones incestuosas, Biblos, 2010). En 1989 el candidato de Clarín era Eduardo Angeloz y el de La Nación, Álvaro Alsogaray. En la elección presidencial de 1995 “El candidato del Frepaso Octavio Bordón ocupaba mayor espacio que Menem, que era ridiculizado por el diario por su promesa de que terminaría con la desocupación cuando fuera reelecto”, como se puede verificar en la edición de Clarín del 12 de mayo de ese año. Así lo ratificó el presidente reelecto al decir “Esta es una elección que le ganamos a los diarios”. Martín Sivak en su monumental investigación sobre ese diario recuerda que ahí no más en su nacimiento en 1945 Clarín hizo campaña contra Perón y que “en 2008 apadrinó a potenciales presidenciables, dotándolos de ideas y fuerzas desconocidas. Pretendía alumbrar así el inminente poskirchnerismo” (en Clarín. Una historia, Planeta, 2013). En ninguno de estos casos ganó el candidato de la prensa. ¿Qué diario inventó qué presidente?

La vocación destituyente de los medios que acusan ciertos intelectuales se contradice con la moderación de la prensa en las crisis las últimas décadas, que Fernando Ruiz tipifica como “periodismo de seguridad democrática” (en Guerras mediáticas, Sudamericana, 2014). En 2001, la prensa moderó sus críticas a los aspectos económicos y cuando se intensificaban los cacerolazos en las calles, las cámaras empezaron a mirar para otro lado como recuerda Graciela Mochkofsky (Pecado original, Planeta, 2011). La conciencia de la sociedad de esa situación la resume un graffity popular que decía “Nos mean y Clarín dice que llueve”.

Con estos antecedentes se entiende mejor que el 82% de esos mismos ciudadanos que sospechan operaciones contestan que no cambiarían su voto por lo que leen por ahí. Solo un 16% reconoce que cambió su voto después de haber conocido cierta información (y solo un 18% de los periodistas, que por profesión son gente más informada). Lo que a su vez confirma las generales de la teoría que habla del efecto de la tercera persona, que sostiene que la gente tiende a sobrestimar los efectos de los medios en los otros a la par que los desconoce para sí. En este mecanismo se apoya la acusación de manipulación de los medios para con la ciudadanía pero no para ellos, los iluminados, que se dan cuenta. Y a su vez se basa en el prejuicio de que el prójimo es peor que uno. El infierno, ya lo dijo Sartre, es el otro; siempre es el otro. Por eso, para las elites que no participan de cotidianeidad de los medios, estos les parecen el infierno. Para la mayoría de la población, para quienes los medios son más cercanos que los políticos, los funcionarios son los otros.

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Cuando un dirigente insulta a un medio, por interpósita persona está despreciando a todos los que siguen ese medio. Y así la paradoja del funcionario iluminado, que es el tipo que cuando llega al poder se siente soberano y esgrime las mayorías que lo eligieron para reforzar sus potestades a la vez que desconfía de que esa ciudadanía sea capaz de elegir un diario o un noticiero. Algunos dirigentes llegan a convencerse de que solo ellos saben lo que le convendría leer a la ciudadanía y gastan millones del Estado para producir esos contenidos para lo cual designan gente con experiencia en cualquier rubro menos en el mediático. Así les salen medios poco creíbles en los contenidos e intragables en los formatos.

Aunque elegir un noticiero sea una decisión más reversible y con más margen de error se convierte en una elección con un peso tal que seguir a ciertos medios o periodistas convierte al ciudadano en enemigo de su gobernante. De ahí la idea de que todo lo que no replique el monólogo del poder se convierte en opositor aunque no correspondería aplicar una categoría partidaria a medios o ciudadanos críticos.

En las encuestas tendemos a responder que los medios influyen mucho en los otros, pero no en nosotros porque tendemos a considerarnos mejores que el resto. Así declamamos que la sociedad es corrupta, pero que nosotros no; que la juventud está perdida, menos nuestros hijos que están bien enseñados; que todos manejan para el diablo menos el que lo dice, y así. Pero como el efecto tercera persona alcanza a todos, también la ciudadanía considera que es más inteligente que ese que le dice en la pantalla lo que debería hacer y suele desarrollar más resistencia cuanto más enfático se pone el que intenta orientar su vida. No es extraño que después de años de cruce de munición pesada, solo el 16% de los ciudadanos responsabilicen al periodismo del conflicto con el gobierno, como concluye la encuesta de Management & Fit entre ciudadanos. La mayoría entiende que el gobierno es el responsable, o que a lo sumo, y en menor proporción, que ambos lo son. Las cifras de audiencia también confirman que los medios más vilipendidados por el gobierno son los que más sintonía ganan, a la par que aquellos que solo replican la versión oficial no logran captar las multitudes a las que aspiran.

Mirando para atrás en 2009, cuando el poder empezó a acusar al periodismo de “destituyente”, el 51% consideraba que el periodismo estaba cerca del poder, según una encuesta de Ipsos Mora y Araujo para Fopea. Esto confirma la paradoja de la comunicación: cuanto más se procura un efecto, más se lo evita. Por eso, aunque cierta elite considere que el periodismo está golpeado, los ciudadanos tienen mejor concepto del rigor profesional (48% dice que es bueno y muy bueno) que los periodistas, que creen mucho menos en su trabajo (solo el 27% se califica así de bien). Sin embargo, mejoró con relación a 2005 cuando, según la encuesta de Fopea, solo el 9% se ponía buena nota.

La investigación alrededor de los efectos de las noticias hace tiempo que viene comprobando que dependen de demasiadas circunstancias como para que los medios se lleven todo el mérito. En cualquier caso,el Latinobarómetro ofrece datos tranquilizadores para los que tienen miedo de la influencia de los diarios porque confirman que casi nadie los lee: el 55% de los argentinos no consulta diarios, el 14% solo los mira una vez a la semana y el 9%, dos días. Solo el 8% lee los diarios todos los días. Los porcentajes son parecidos en otros países: el 68% de los ecuatorianos y el 85% de los colombianos leen noticias menos de dos veces a la semana. Internet no mejora los resultados: el 89% dice no consultar noticias políticas en las redes ningún día de la semana frente al 2% que lo hace todos los días. Un estudio de CIO para 2013 confirmaba estos porcentajes, identificando solo un 15% de usuarios intensivos de medios en el distrito metropolitano, que es a la vez donde se concentra la principal actividad mediática.

Como en casi todo lo relacionado con el vínculo de poder, prensa y ciudadanos, la constatación no está exento de paradojas. Los ciudadanos no leen noticias, pero creen en los periodistas. Votan a un gobierno, pero no leen sus medios oficiales. Suponen que un medio puede poner o sacar un presidente, pero afirman que nunca cambiaron su voto por algo que leyeron. Quizás la conclusión más obvia, pero no por eso asumida, de la batalla entre gobierno y periodistas es que las noticias dejaron de ser relevantes para la mayoría de la población. Lo que vendría a decir que no ganó ninguno con el conflicto, sino que perdieron los dos.

Publicada en hipercritico.com